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Nebraska



Quería irme tan lejos
que no pudiese salvar al mundo
como acostumbro cada madrugada.
Que por llegar,
no llegase ni a tiempo.
Que me quede atrapada en el pasado,
a una siete horas exactamente.

Quería saber lo que es vivir alejada de monstruos.
No puedo enterrarlos,
pero sí darles la espalda.
Todavía me duele el cuello de haber estado tan agachada
perdiéndome las vistas más maravillosas
como es el cielo azul de noche
y las estrellas iluminando mis sueños.

Quiero dejar de oír
(no escuchar)
tus dardos envenenados,
tus balas con forma de palabras.
Qué pesadas son esas personas,
creyéndose reinas del universo,
y no son ni siquiera princesas de sus propios cuentos.

Así que vine a parar a Nebraska.
Me refugié en tus brazos.
Me protegí bajo tus sábanas.
Los monstruos están tan lejos
que ni su reflejo
consigo ver.

Nebraska.
10 grados bajo cero.
Pero teniéndote cerca
tengo más calor que nunca
(y no me refiero a tener la calefacción en su grado más alto
ni a estar sobre la alfombra con dos tazas de té y en frente de la chimenea)

Tirarte bolas de nieve
es mi juego preferido
mientras nuestras carcajadas son la perfecta banda sonora.
Tus ojos,
un camino interminable de sueños.
Tus manos,
perfectas serpientes reptando por mis lugares más ocultos.

Ahora el dolor de cuello es cada vez menos intenso.
Y espero que la vuelta a las montañas
no sea más infierno
sino cielo,
que para eso lo tengo más cerca.

El día que deje Nebraska
añoraré tus abrazos,
tus despertares.
Echaré de menos tu lunar.

Pensaré en nuestros momentos
que por desgracia
serán recuerdos
atrapados en un pasado
sin límite de horas de retraso. 

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