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Párate. Mira. Y escucha.



Alguien me dijo una vez
que el mejor poema se escribía en una partitura
y que “nunca hay que tener miedo a una partitura en blanco”.
Los versos son pentagramas
los sentimientos son silencios
los miedos se marcan con notas graves
y tu pasión con corcheas y semicorcheas.

Cuando la acabes
tendrás la mejor obra bajo tus manos
y la protegerás bajo tus brazos.
La escucharás repetidamente como la perfecta canción de la banda sonora de tu vida.
La leerás como el poema que dedicas a esa persona
donde la vista se pone borrosa por el mar que se desborda en tus ojos.
Y la sentirás como la novia más guapa al decir te quiero ante un altar.

Cuando empieces a componer
a escribir
a crear
a sentir
(a vivir)
pasearán mil dudas por tu mente.
Puede que te sientas en un laberinto sin salida
con miles de caminos entrecruzados
pero recuerda,
todos los caminos llevan a Roma
(y Roma al revés es amor).

Pero antes de rendirte
párate
mira
y escucha.
Piensa en el sol cuando te ahogues
y en la lluvia que cae en el norte.
En el caracol que cruzará el monte
y en el lobo declarando su amor a la luna
aullándole cada segundo de la noche.
Siente en tus pies la arena de una playa del norte.
Siente el tacto de tu manta que te cubre de los monstruos los domingos por la tarde.
Saborea el café recién hecho por las mañanas.
Observa las amapolas de la reciente llegada de la primavera.

Entonces..
párate
mira
y escucha
la perfecta melodía compuesta en aquella partitura en blanco
con versos marcados en un compás cuatro por cuatro.


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