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A la de una, dos... y tres!



A la de una,
a la de dos
y a la de … tres.
Soplo las velas y pido un deseo.
Quédate.
(Y sigo esperando que se cumpla)

Miro al cielo buscando estrellas fugaces
para cerrar los ojos
y susurrar mi deseo a gritos
(“no porque alguien grite más fuerte se escucha mejor”)
Miro al cielo ansiosa
como el novio que espera en el altar a ver su destino entrar.
Y me repito que aguante,
que puedo encontrar en aquella constelación
la estrella que más brille
y mejor ilumine mis pasos hacia ti.
Y sin embargo,
sólo encuentro constelaciones apagadas.
Camino sin luz pisando margaritas sin pétalos
las mismas margaritas que ayer mirando a la luna
le preguntaba al aire
si me quería
o si no.
¿Adivináis que salió?

A la de una
dos
y… tres.
Y repito el cuento una y otra vez.
Para cerrar los ojos y dormirme soñando con tu perfume
sintiendo tus caricias
saboreando versos
y escribiendo besos que nunca nos dimos.

Lo peor es que me quedo ciega
y soy incapaz de ver
que creo que estoy en la última etapa para llegar a Santiago
y me quedan veinte más.
Me siento como el sediento que busca una fuente y la encuentra sin agua.
Como quien busca refugio y descubre que no tuvo hogar.
Como un avión que aterriza en un puerto
y un barco que prevé naufragio en un aeropuerto.
Me siento en un jardín sin flores
en una vida sin un salvavidas a mi espalda.

A la de una,
dos …
dos y media…
Tres.
Y me consuelo volviendo a tirar una última vez más la moneda
para que caiga por el lado de cruz
(cara, te vas. Cruz, volverás)
Y busco en un bosque lleno de pesadillas
ofreciéndole mis flores favoritas
por una última canción
y bailar hasta que aguanten los pies.

Tres… dos… y uno.

Y me siento tan estúpida de creer que volvería
como el que tira una moneda a la fuente
y piensa que tendrá suerte.  


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